Anteriormente, el comer era todo un ritual. Se destinaba un tiempo en conjunto para comer; los alimentos se compartían y se agradecían públicamente, al bendecirlos con deseos de buena voluntad. Hoy en día, las prisas y las presiones del trabajo hacen casi imposible el que se coma en familia. Comemos “fast foods”, en su mayoría, empaquetadas y artificiales. Ya no reparamos en agradecer los alimentos y rara vez los compartimos. Se paga por calidad, misma que exigimos. No disfrutamos la comida y rara vez nos sentimos plenamente satisfechos, por tratarse solo de ‘llenar el estómago’, dejando al alma sin nutrir.
En el
Monasterio Carmelo nos enseñaron a reflexionar en silencio, a la hora de los
alimentos. En contemplación, vislumbrábamos la cadena de personas asociadas con
el alimento que comíamos: desde el campesino, el camionero, el intermediario,
el ‘marchante’, el distribuidor, el vendedor, el comprador, el cocinero etc…
todos, colaboran con nuestra comida de cada día. El re-conocerlos desde el
agradecimiento, nos permite valorar y disfrutar su fruto. Es este
agradecimiento el que alimenta al alma, con plenitud y satisfacción.
Si meramente
masticamos y ‘tragamos’, sólo llenamos el estómago. El vacío de hambre interior
puede que persista, si no acompañamos a los alimentos con la consciencia de
disfrutar el sabor y agradecer la labor y la oportunidad de comer. No se trata
de comer con culpa, pensando en aquellos quienes, por desgracia, no tienen qué
comer. Se trata de ‘recibir’ los alimentos con humildad y agradecimiento.
Lo vemos
con la familia Salazar Gil, en el reality
de TELEVISA, HERMOSA ESPERANZA. Los abuelos han recibido en casa, temporalmente,
a su hija, a u esposo y a sus hijas. A
veces les ha sido difícil la convivencia, siendo que no es propiamente su casa.
Pero Doña Leonor, la abuela, ha sabido hacer de su casa, un hogar. Lo hace
reuniendo a la familia en torno a los alimentos. Con gran variedad, sabor y
gusto cocina (cada vez con alimentos más saludables), aprovechando la convivencia
para platicar entre ellos. Alguna vez, llorando, les pidió ayuda y reconocimiento
por su esfuerzo. Al valorar su familia el trabajo que invierte en la cocina y
en el hogar, día a día aprenden juntos a recibir, compartir y agradecer.
No se puede
disfrutar ni tener satisfacción plena, sin la gracia de recibir. El recibir con
consciencia, nos permite sentir agradecimiento. Con agradecimiento, se siente
satisfacción. Así alimentamos, no solo al cuerpo sino al alma.